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viernes, 3 de septiembre de 2010

Guerreros y Sabios

CAPÍTULO SEGUNDO


Mientras cenaban, el guerrero se decidió a preguntar
-¿Y que hace una chica tan guapa como tú en una caverna como esta?
Ella desvió la pregunta, -¿Te parezco guapa? Me extraña, siendo tú un guerrero.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Por naturaleza los guerreros sólo se sienten atraídos por princesas, o por guerreras tan portentosas como ellos.
-Bueno, por lo que veo, tú también sabes manejar un arma.
-Me estaba defendiendo. En el día a día ya tengo que librar suficientes batallas para sobrevivir, no tengo fuerzas ni ganas para entrar en las guerras que promueven los poderosos.
El guerrero sonrió casi con ternura ante aquel ataque directo, habia mucha gente que no se atrevía a llevarle la contraria.
-En fin, - insistió- no me has dicho qué haces en esta cueva.
-Aprendo cosas- accedió a contestar ella- investigo, compruebo, analizo, observo. No eres el primero que pasa por mi caverna, de vez en cuando viene algún viajero y yo les pido que me cuenten cosas de su vida y de sus viajes, o de cualquier propiedad que conozcan de una planta o una roca. Te sorprenderían las historias que te cuenta la gente si sabes escuchar. Nunca me canso, quiero entender. Y tú, ¿de dónde vienes?
-De una ciudad con mar.
-Ah, me gustan las ciudades con mar, parece que hay horizonte. Cuando aprenda lo suficiente, puede que me vaya a vivir a una. Me gusta la visión de la gente que vive al lado del mar.
-¿Aunque sean guerreros?- bromeó él
-Bueno, no lo sé, los guerreros sólo véis las cosas grandes.
-Muchas veces hay que mirar hacia arriba para derrotar a los que siempre están en lo alto.
-¿Y ocupar vosotros su lugar? "Quien persigue toda su vida al dragón, acaba convirtiéndose en el dragón."
El guerrero volvió a sonreír, le costaba enfadarse con ella.
-A lo largo de mis viajes he conocido a mucha gente, me he emborrachado, me he divertido, he estado con muchas mujeres y me he peleado con muchos hombres. Como vés, a mí también me gusta aprender.
Un brillo de envidia y admiración se dejó ver en la mirada de la chica.
-¿Y tienes alguna princesa guerrera en algún lugar del mundo?
-Sí.
Ella bajó la cabeza.
-Pero tú me gustas, y me gustas mucho.
Ella vio como se le acercaba, y no trató de apartarlo. La verdad es que no pasaban muchos guerreros por su cueva; así que cuando se inclinó hacia ella, el cerebro se le nubló y respondió casi de manera involuntaria. Él tenía la piel tan cálida que parecía que despendía vapor, y la chica pensó que aquello era generoso. Luego ya no pensó más.
Durante toda la noche apenas durmieron nada, y cuando al guerrero lo vencía el cansancio, ella lo acariciaba para despertarlo, con la ansiedad de lo breve. Tenía miedo de que él desapareciese en el medio de un sueño.

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