Ilustración: Ana Juan |
El camino de la izquierda lo lleva a un paraíso, en el que cinco personas disfrutan plácidamente de la existencia, se les ve en armonía, satisfechos con lo que son y lo que tienen.
El camino de la derecha lo lleva a un lugar gris y ruidoso en el que una multitud compite desordenamente entre sí, por el disfrute de ser mejor que los demás, el premio... sentirse superior... pero siempre hay alguien por encima, y la competición no termina nunca.
Los habitantes del Paraíso se ven orgánicos pero precisos. Lo activo y lo pasivo, la destrucción y la creación, el ruido y el silencio, la sangre y la luz, giran en su interior con el ritmo lógico de las esferas.
Los habitantes del mundo ruidoso son pobres en estructura y excesivos en apariencia. Se mueven a gritos, con energías que surgen de sus capas más externas, porque no tienen tiempo de poner en movimiento los verdaderos ejes maestros de su maquinaria. Y consiguen lo que quieren, pero una vez superada la sensación de triunfo, se quedan vacíos.
El viajero no se lo piensa dos veces y toma el camino de la derecha.