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martes, 31 de agosto de 2010

Guerreros y Sabios (Relato juvenil.... o algo así)

CAPÍTULO PRIMERO



El guerrero entró en la cueva para resguardarse de la lluvia, la tormenta de verano descargaba su furia eléctrica por todo el bosque.
Echó una ojeada a su alrededor para comprobar si aquel lugar era un refugio seguro, y se llevó una sorpresa al ver que a lo lejos brillaba una luz cálida, allí había alguien más, así que desenvainó su espada y se acercó con cautela. Nunca le habían hablado muy bien de los habitantes de las grutas.

La luz provenía de un pequeño hogar creado en una de las esquinas de la caverna, era un lugar confortable, cubierto de pieles, y en los huecos de la pared había cuencos decorados con formas sinuosas, cuchillos y flechas de sílex, y todo tipo de plantas, ungüentos y comestibles. Pero lo que más le llamó la atención al guerrero fue una pequeña caja de madera, en la que brillaban vidrios coloreados y peines hechos de raspas de pescado.
Cuando estaba observando esto último sintió una punzada en la espalda, y una voz de mujer le dijo:
-Quien eres y a qué vienes.
Él se giró lo justo para ver una figura pequeña con la cabeza cubierta, que le apuntaba con un arco.
-Soy un guerrero, y he venido a resguardarme de la tormenta, no sabía que había alguien más.
Ella lo rodeó para mirarlo de frente sin destensar el arco.
-Aparta esa espada, es de mala educación entrar en la casa de alguien blandiendo un arma.
-También lo es recibir a tus invitados apuntándoles con un arco.
Ella no pudo evitar reírse, había algo de niña pequeña en su risa, y eso tranquilizó al guerrero, que lanzó lejos su arma, aunque era consciente de que se estaba arriesgando demasiado.
La muchacha, entonces, le mostró su rostro, y el chico no disimuló una sonrisa de deseo. Ella no se ruborizó, le mantuvo la mirada sin darle demasiada importancia.
-Y yo que creía que los habitantes de las grutas eran seres demacrados y sanguinarios- comentó él- no te pareces en nada a Asgrud, la Negra, que colecciona calaveras, para beber sangre en los cráneos de sus víctimas.
-Yo es que ya tengo vajilla- dijo ella mientras bajaba su arco.
Durante unos segundos estuvieron mirándose fijamente sin decir nada, con sonrisa contenida, hasta que el guerrero se decidió a preguntar.
-En fin... ¿qué hay para cenar?
Ella volvió a reír sin tener muy claro que era lo que le había hecho tanta gracia

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