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viernes, 10 de septiembre de 2010

Guerreros y Sabios

CAPÍTULO TERCERO


Cuando estaba cercano el amanecer, él, ya tranquilo la acariciaba.
-Tienes la piel suavísima.
A la chica la asombró la luz que parecía salir de los ojos del guerrero cuando estaba contento, y este comentario la animó a confesarle.
-Sé que no lo harás, pero me encantaría que me llevaras contigo, conocería lugares y personas distintos. Tú eres más ágil y carismático, pero yo soy más sólida. Tú me enseñarías a manejar el ruido, yo te enseñaría a conocer el subsuelo. Tú me protegerías de las bestias externas, y yo te protegería de las bestias internas. Tú energía serviría para activarme, y para tí la mía sería como un bálsamo. Y nos reiríamos mucho juntos, de eso sí que estoy segura.
-No puede ser, preciosa, yo ya tengo a mi princesa, y muchas batallas por librar. En la guerra hay otras leyes, no hay lugar para la justicia y tú no podrías soportarlo. Me gustas mucho, pero me traerías problemas. ¿te crees que no lo he pensado? Lo he pensado y no puede ser.
-A pesar de que siempre dudo, no suelo equivocarme. Sé que lo pasaríamos muy bien juntos, pero también sé que te gusta tu vida, y que no quieres que cambie, y contra tu voluntad no puedo hacer nada.
Él la abrazó fuerte y se quedó dormido, ella tardó un poco más.

Cuando se despertó al día siguiente, él ya no estaba. A ella no le importó demasiado, no le gustaba hablar por las mañanas. Salió de la cueva y se encontró al guerrero sentado en una piedra, mirando hacia ningún sitio, y en su rictus vio algo en lo que no había reparado hasta ese momento: El guerrero también era un asesino, su supervivencia cotidiana consistía en matar o ser matado, y el peso de todos sus muertos se reflejaba en su mirada como una luz negra.
Al darse cuenta de ésto, ella se vio enredada en un extraño sentimiento, no deseó alejarse de él sino todo lo contrario, una fuerza magnética lo empujaba hacia el guerrero porque quería introducirlo dentro de su útero, protegíendolo de sí mismo.
Pero sabía que esa idea era absurda, él nunca lo permitiría, y en cualquier caso, ella tampoco tendría fuerzas.
Así que, apretó los puños y volvió a internarse en su gruta. Dejándose parte de las entrañas junto a él. Lo quería, lo quería mucho, y por eso él debería marcharse.
Guerreros y sabios nunca fueron buenos compañeros de lecho.


                                                                                  FIN

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