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domingo, 25 de septiembre de 2016

EL PAÍS DE LOS CUATRO TIEMPOS



TERCERA ESTACIÓN: NIVOSO 

Cuatro Tiempos era un extraño lugar, apenas llevaba un par de días caminando hacia el Sureste, y el frío empezaba a ser insoportable. Se puso la gruesa chaqueta de lana que le habían dado al partir, al ver los primeros indicios del invierno. 
Observando el mapa se dio cuenta de que Nivoso estaba organizado en torno a 4  grandes caminos paralelos horizontales10, mientras una amplia y salvaje región boscosa  lindaba al norte con Brumario. El único punto de acceso era a través del camino  inferior.  En la entrada, un guardián de aspecto adusto le preguntó a donde se dirigía: 
-Vengo de parte del rey Alfonso el Sabio, necesito hablar con el abad de Nivoso.  El guardián la miró de un modo hosco, pero la dejó pasar. 
 
Los cuatro caminos de Nivoso resultaron ser cañadas para el pastoreo trashumante. Esta  región, tan fría que apenas producía cultivos, estaba especializada en el ganado lanar.  No era una tierra rica, pero el abad era un hombre de costumbres austeras y no les exigía  grandes sacrificios a sus pastores. 
 
A medida que avanzaba, Beatriz se iba cruzando con algodonosas ovejas blancas, y  después de un rato, se dio cuenta de que todas ellas balaban en un tono similar, y su balido duraba un tiempo similar. 

Pero lo más curioso, es que cuando se adentró en la segunda cañada, las ovejas que circulaban por ésta hacían lo mismo, pero en un tono superior al anterior, e igualmente ocurría con la tercera y la cuarta cañada. 
Absorta como estaba en tan insólitas circunstancias, llegó sin darse cuenta a la puerta de la abadía, donde moraba el maestro Guido d´Arezzo 11.  
 Se dirigió a la portería donde un pálido pero afable monje atendía a los visitantes y recogía limosnas. Beatriz le dijo que necesitaba hablar con el abad. 
- No creo que eso sea posible, joven hermana, el abad se encuentra en este momento muy ocupado tratando de resolver un par de problemas que lo acucian- respondió el religioso. 
-¿Sería muy osado preguntar cuáles son esos problemas?- quiso saber la chica. 
El monje dudó unos instantes, pero después de observar el atuendo pradialense debajo de la gruesa chaqueta de lana, accedió a responder. 
-El primero y más antiguo de ellos es la resolución de un himno, está inacabado ya que le falta la última frase. Llevamos toda la vida oyendo las mismas frases entonadas una y otra vez por nuestras ovejas. Como habrás observado, en cada cañada balan a una altura tonal diferente. 
A una señal del monje, las ovejas empezaron a balar ordenadamente, y en sus sonidos se adivinaban algo así como sílabas, que rezaban lo siguiente: 
Ut queant laxis 
Resonare fibris 
Mira gestorum 
Solve polluti 
Labii reatum 
Aquí el himno se interrumpió, y el monje bajó la mirada, ligeramente abatido. 
-Esta última frase trae de cabeza al abad, y a todo Nivoso, ya que estamos condenados a escuchar estas notas una y otra vez todos los días, sin poder concluir la canción ni entonar otra nueva.  
Beatriz comprendió el tremendo hastío que tendría que suponer eso, pero siguió preguntando.
 
- ¿Y el segundo y más reciente problema cuál es? 
- Más reciente y mucho más preocupante. Se trata del avance de la bilis negra, empieza a invadir los bosques del norte, los que lindan con Brumario. Si llegaran a las cañadas supondría la muerte de todas nuestras ovejas y la destrucción de Nivoso. – respondió el fraile visiblemente preocupado. 
Beatriz se quedó callada, sintiendo que debía darse prisa en llegar a Brumario. Y en ese momento se dio cuenta de que unos balidos más cortos que los que había oído hasta ese momento sonaban en el interior de los bosques. 
-¿Tenéis más ovejas fuera de las cañadas?- preguntó la muchacha. 
El monje se persignó antes de responder misteriosamente. 
- Son las ovejas negras, son diabólicas, por eso las encerramos a todas tras un cercado en los bosques. 
- Pero… las ovejas negras no son diabólicas, simplemente tienen otro color de pelo. Como vos que sois moreno y yo rubia. – explicó Beatriz, que desconocía las supersticiosas costumbres de Nivoso. 
El monje se horrorizó ante estas palabras. 
-Creo que no va a ser posible que semejante blasfema como vos se reúna con nuestro abad, que es un hombre santo. 
Beatriz se asustó mucho al oír esto, y le suplicó que lo dejase verlo. Pero el fraile se mostró inflexible, cerrando ruidosamente la puerta de entrada. 
 
La chica se sintió desolada al ver cómo su misión acababa nada más empezar. Debería volver a palacio derrotada y decepcionar al rey. No le gustaba la idea, pero esperaba que las otras piezas o trebejos de la misión tuvieran más pericia que ella, porque de lo contrario… estaban perdidos.
 
Se disponía a realizar el camino de vuelta hasta que se paró a pensar en las pobres ovejas negras, encerradas sin poder escapar de la bilis negra que las asediaba. Consideró que sería muy cruel por su parte no hacer nada por ellas, así que siguió sus balidos hasta dar con el cercado. Una vez allí les abrió la puerta sigilosamente. Pero todo el sigilo se rompió cuando las ovejas salieron en estampida, arrollando a la muchacha y emitiendo ruidosos balidos. 
Beatriz, algo aturdida, trató de escapar o esconderse para que no descubrieran lo que había hecho, pero ya había alertado tanto a pastores como a monjes. 
 
Las ovejas negras habían empezado a pisar y comer maleza de los bosques de un modo ordenado, y casi rectilíneo, cuando un grupo de pastores y monjes llegaron al lugar y descubrieron a Beatriz. 
El monje portero la señaló gritando: 
-¡Es una adoradora de Satán, ha liberado a las ovejas negras, ha de ser castigada! 
Sin pensarlo dos veces, atraparon a la muchacha, y la ataron para llevarla presa. Beatriz gritaba y suplicaba, pero sabía que no le iban a hacer caso. 
  
Todo este jaleo alertó al abad, que se dirigió al lugar del escándalo. Cuando apareció entre la multitud, todos se pararon y se callaron en señal de respeto. 
-¿Qué está ocurriendo aquí?- preguntó muy serio. 
- Padre- empezó a hablar el monje portero – esta bruja ha liberado a las ovejas negras, es una adoradora de Satán, que ha intentado convencerme de la inocencia de estos animales diabólicos. 
-Dejad que ella se explique- ordenó el abad con fría serenidad.  
 
- Padre Guido- dijo Beatriz muy angustiada- vengo de Pradial, de parte del rey Alfonso. No soy una bruja, he liberado a estas ovejas porque me daban pena. 
-¿Eres consciente de que has liberado a las hijas del Demonio?- respondió el abad muy serio. 
Beatriz, tal vez por su estado nervioso, o porque había sido educada en la racionalidad, no pudo evitar responder. 
-No son hijas del demonio, son animales normales y corrientes, y usted como hombre sabio, debería saberlo. 
Estas palabras escandalizaron tanto al abad como al resto de los presentes, y los campesinos y el portero empezaron a gritar. 
-Sin duda es una bruja ¡encerrémosla para que no envenene nuestro ganado! 
El abad los hizo callar con un nuevo gesto. 
-No podemos caer en tal grado de impiedad sin conocer la verdad. Azotadla, si es una bruja, acabará confesando. Pero si no, estaríamos siendo injustos con una niña inocente- dijo sin levantar la voz. 
Los allí presentes se apresuraron a atarla a un árbol, y empezaron a rasgarle las vestiduras para azotar su espalda.  

Con todo este desorden, todos habían olvidado a las ovejas negras, que, presurosas, habían abierto un nuevo camino superior, paralelo a las otras cuatro cañadas 12.  
Mientras ataban a Beatriz a un árbol, las ovejas blancas avanzaron por esta nueva vía y se emplazaron en sus lugares correspondientes, lo mismo hicieron las negras situándose en las cinco cañadas. Los balidos de las blancas duraban el doble que los de las negras. Cuando estaban eligiendo la vara con que iban a azotar a Beatriz, los animales empezaron a balar, dejando a todos mudos. 
Ut queant laxis 
Resonare fibris 
Mira gestorum 
Solve polluti 
Labii reatum 
¡Sancte Ioannes!13 
Las ovejas repitieron esta última frase una y otra vez “¡Sancte Ioannes, Sancte Ioannes, Sancte Ioannes, Sancte Ioannes…!”. Los habitantes de Nivoso interpretaron esto como un milagro de San Juan, y se arrepintieron de lo que estaban a punto de hacer. 
-Alabado sea el señor- dijo con alivio el abad Guido d’Arezzo, su carácter flemático14 le impedía mostrar excesivo entusiasmo – el himno está terminado. 
Y todos los monjes y pastores de la región rompieron en alabanzas y bendiciones, porque al fin se habían liberado de tan repetida melodía. 
 
Soltaron a Beatriz, pidiéndole piedad, como si fuera una santa, y ella los tuvo que ir bendiciendo uno a uno para que la dejaran tranquila. Lo que quería era hablar cuanto antes con el abad Guido. 
-Padre, necesito hablar con vos- le dijo la niña. 
El abad accedió y se dirigieron a su casa. Una vez allí el maestro Guido continuaba deseoso de ahondar en las novedades que había experimentado su himno. Se dio cuenta de que las ovejas negras 15
enriquecían las melodías al aportar menor duración a las notas, que cinco cañadas eran mejor que cuatro, y que un tono más alto que había ignorado, el Si, podría mejorar mucho sus salmos. 
-Así es, padre- asintió Beatriz. En Pradial no les eran desconocidas tales nociones. 
El abad estaba tan emocionado que se puso a escribir un nuevo himno, fruto de una intensa inspiración. Beatriz esperó paciente a que lo terminara. 
No tardó mucho en soplar la tinta para que se secara y comentarle a la muchacha. 
-Querida hija, sé que el Rey Alfonso te ha enviado a mí para que te concediera un don o merced. Hasta hace un momento no sabía ni quién eras ni qué debía entregarte, ahora lo tengo claro. Toma, este himno es para ti, veo que sabes tocar el laúd y que serás capaz de interpretarlo. 
La chica lo recibió con una ilusionada reverencia. 
-Muchas gracias, padre- dijo ella. 
El abad sonrió y le dijo: 
-Y ahora, continúa tu camino, ve hacia el Norte, donde se encuentra Brumario, no hay tiempo que perder. Cuatro Tiempos necesita la ayuda de todos nosotros. 
Beatriz se despidió y partió de nuevo, reconfortada por haber superado las dos primeras partidas. Le quedaba la tercera… que no era precisamente la más fácil. 

(10) Representan en música al tetragrama medieval, paso previo al pentagrama.
(11)Guido de Arezzo,  fue un monje benedictino italiano, del s.XI. Desarrolló nuevas técnicas de enseñanza musical, incluyendo el tetragrama (pauta musical de cuatro líneas). Perfeccionó la escritura musical con el uso de líneas horizontales que fijaron alturas de sonido. Es también el responsable de los nombres de las notas musicales
(12)Sería la aparición del Pentagrama, aunque eso no ocurrió en época de Guido.
(13)Este himno es en el que se basó Guido para ponerle nombre a las notas, tomando la primera  sílaba de cada verso : Ut, Re, Mi Fa. Sol, La, Si. Posteriormente se cambió la palabra Ut, por Do, más fácil de pronunciar.
(14) La flema se relaciona con el carácter racional, calmado e indiferente.
(15) Las ovejas blancas representarían a las notas blancas, y las ovejas negras a las notas negras, que duran la mitad que las blancas. En época de Guido no había esta diferenciación.

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